lunes, 19 de diciembre de 2011

NAVIDAD EN SAN CARLOS

María de Jesús Romero de Matute
La Navidad en el San Carlos de los 30 era bella y llena de ingenuidad. Diciembre comenzaba con la celebración del Día de la Inmaculada Concepción el día 8, para cuya misa nos esmerábamos las Hijas de María, presididas por Emma Torres Rodríguez y yo como su asistente, prácticamente. El 16 de diciembre comenzaban las misas de aguinaldo a las cuatro de la mañana, amenizada por el coro que se preparaba a partir del mes de septiembre. Se cantaban villancicos como Nino Lindo, Cantemos, cantemos y Noche de Paz. A partir de esta fecha, también aparecían las parrandas, que iban de casa en casa a entonar villancicos y canciones. Recuerdo especialmente una llamada La Parranda Azul que llevaba, además de los instrumentos, una inmensa estrella azul, forrada en papel, pegada en una vara, adornada con cintas azules.
Al terminar la misa, los muchachos y muchachas nos íbamos patinando, con patines de ruedas, hasta la entrada de San Carlos. En Ziruma, desayunábamos arepitas dulces con clavitos de olor y café.
La familia se organizaba con anticipación para la preparación de las hallacas, que eran el plato más importante de la Navidad.
En la Casa Grande se preparaban en varios días. Alrededor del 20 de diciembre llegaba mi tío Felipe Romero con la leña, desde el poblado de El Potrero.
Eufrasio Mosqueda se encargaba de preparar las hojas de plátanos, las asaba y les quitaba la vena. Luego en casa, Francisca las lavaba y secaba.
Del gallinero de la casa salían los huevos, en esos tiempos se utilizaba colocarle una rueda de huevo a la hallaca. Con la modernidad, desaparecieron los gallineros y entonces se hacía mas difícil conseguir los "huevos de gallo", como los llamaba mi madrina Juanita. A ella no le gustaban los huevos de la industrialización sino aquellos producto del encuentro de gallina y gallo. "Es que no saben igual", afirmaba. Entonces íbamos a Las Vegas a buscarlos. En los años sesenta, con los avances de la medicina, se elimino la rueda de huevo; por fin, mi madrina Juanita se convenció que “empichaba” la hallaca, con los consecuentes problemas de salud.
Las carnes de cerdo y res las traían de la cochinera de mi papa José Antonio. Las aceitunas, cebollitas, alcaparras y pasitas se traían de la bodega de mi papa José Antonio. Francisca preparaba los encurtidos. En diciembre, venia expresamente de Las Vegas a ayudar en los preparativos navideños la viejita Hermogenes; lo mismo hacía para la Semana Santa.
José Manuel se encargaba de elaborar el nacimiento o pesebre. Ya a finales de noviembre sembraba maticas de maíz en latas, para adornarlo. El nacimiento era espectacular. Mi tía Mercedes tenía un nacimiento con figuras grandes, como de cincuenta centímetros; todos los años iba a Caracas y traía figuras nuevas, así lo fue enriqueciendo a lo largo de los anos, a tal punto que ocupaba todo el jardín central de la casa. José Manuel se esmeraba para que todos los años fuese uno de los más bonitos de San Carlos: caminos, pueblos, montanas, desiertos, ríos, de todo tenía el nacimiento. Y el adorno más bonito era la estrella grande de Belén. En un principio se alumbraba con velas de cera, grandes y largas, iguales a las que se le colocaban a Jesús Paciente en Semana Santa; luego con bombillos grandes. Posteriormente llegaron las instalaciones de colores, que le daban ese toque maravilloso de luces que deslumbraban.
José Manuel, pacientemente, revisaba las instalaciones y las arreglaba. A tía Mercedes le gustaba que el nacimiento estuviese lleno de luces, de noche y de día, cuestión que ponía de cabeza a José Manuel y lo preocupaba cuando algún bombillo se quemaba y se dañaba la instalación. Más de una vez también ocurrieron pequeños incendios del nacimiento, al producirse cortocircuitos, asuntos que movilizaban a todos en la casa para apagar el fuego.
Uno de los nacimientos más hermosos del San Carlos de la época era el de doña Lina de Dupuy, quien vivía en la calle Figueredo, cruce con la calle Real, hoy avenida Bolívar. El nacimiento ocupaba toda la sala de su casa. Sus asistentas, Aura y Casimira, dedicaban largas horas de trabajo en su elaboración. Era prácticamente una obligación visitar ese nacimiento; el que no lo hiciera se perdía una de las manifestaciones más hermosas de la navidad sancarleña. Entonces doña Lina, con una vara muy larga que asustaba, y vestida completamente de negro, explicaba cada uno de los pasajes que tenía el nacimiento.
En las tres iglesias, la Inmaculada Concepcion, Santo Domingo y San Juan, se hacian nacimientos monumentales, en las que ayudabamos muchas personas, sobre todo las muchachas que eramos hijas de Maria. No puedo dejar de nombrar que, a partir de finales de los anos cincuenta, el senor Celedonio Avila, quien vivia por la calle Silva, entre Madariaga y Alegria, comenzo a elaborar el nacimiento en la Plaza Bolivar, de una belleza incomparable. Tambien se ocupo de organizar los carnavales y fiestas patronales y fue una persona muy querida por los sancarlenos.
Las hallacas se hacían el veinticuatro y el treinta y uno de diciembre, es decir, dos veces. Como en los años 30 no había nevera, probablemente por ese motivo se hacían esos días, pues si se hacían antes, podían “empicharse”. Luego llego la nevera, pero mi madrina Juanita continúo haciéndolas el 24 y el 31 hasta los años 60, más de una vez nos dieron las doce de la noche sancochando hallacas. Bueno, este era un trabajo que les correspondía a los hombres de la casa y nosotras ayudábamos. Se sancochaban en el patio, en una fogata de leña preparada para tales fines.
En los 60 convencimos a Mama Juana que no era necesario hacerlas el 24 y el 31, pues podían guardarse en la nevera. A duras penas acepto y, generalmente, las hacíamos entre el 20 y el 23 de diciembre.
Además de las hallacas, se preparaban el pernil y la ensalada de gallina. Como postres, dulces de lechosa, toronja, que es mi preferido y cabello de ángel. Francisca también elaboraba dulces de pastas, más pequeñas que las que vendían en la pastelería de mi papa José Antonio; también nos sorprendía elaborando un delicioso ponche.
En esos tiempos no existía la costumbre del Niño Jesús; eso surgió a fines de los años cincuenta.
24 y 25 de diciembre
Como les réferi antes, ese día se hacían las hallacas. Ese día también era de estrenos, pues a las doce de la noche íbamos todos a misa en la iglesia de la Inmaculada Concepción, con nuestras mejores galas. El padre Andani cantaba la misa, acompañado del coro y la Banda del Estado. A esa misa asistía hasta el Presidente del Estado. En la tarde había retreta en le Plaza Bolívar. La retreta era un concierto que ofrecía la Banda del Estado. Entre las piezas que tocaban se citan Conticinio, Dama Antañona y, para la época de Navidad, Noche de Paz y algún aguinaldo venezolano. Casi todas las familias asistían a la retreta, así como también el Presidente del Estado y las llamadas fuerzas vivas y el cura Andani. Era momento propicio para que los niños jugaran y los jóvenes vieran, aunque fuese de lejos, a sus conquistas.
El día 25 se intercambiaban hallacas y dulces con las amistades. Que si la niña Josefita Quiros enviaba bollos, se le enviaban bollos a la niña Josefita. Que si doña Lola de Moreno, la mama de Santiago, mandaba dulces, se le enviaban toronja y lechosa. Que si don Santos Torres enviaba hallacas, se le enviaban hallacas, generalmente en la misma cantidad.
A mi mama Gracia una vez le ocurrió algo que la lleno de vergüenza: A la Casa Grande llegaron unas hallacas de parte de doña María Azuaje de Barreto, esposa del presidente del Estado, el doctor Guillermo Barreto Méndez (1), y mama Gracia amablemente correspondió con hallacas. En la tarde se encontraron en la retreta y la esposa del presidente le dice: “Gracia, ¿Qué tenían mis hallacas, por que no te gustaron?” Mi mama Gracia, que era un dechado de humildad y paciencia, se sonrojo y le dijo: “Como va usted a pensar eso, si aun no las he probado. ¿Por qué me dice eso?” “Porque me las devolviste”. Resulta que en la Casa Grande se confundieron y enviaron las mismas hallacas que se habían recibido de doña María como presente navideño.

28 de diciembre
El 28 de diciembre se conmemora el Dia de los Santos Inocentes, como recuerdo a la matanza ordenada por el rey Herodes, queriendo eliminar al dulce Nino Jesus recien nacido. Ese dia asistiamos a misa de siete de la manana y nos devolviamos casi corriendo a la casa, pendiente de los divertidos acontecimientos que se sucederian. En San Carlos le decian el Dia de los Locos. Los hombres se disfrazaban de locos y salian con unos cuernos que sonaban horrible a asustar a la gente, especialmente a los ninos. Era un dia muy divertido, pues entre sustos y risas transcurria el dia.

31 de diciembre y 1 de enero
Nuevamente, con nuestras mejores galas, asistíamos a la misa de doce de la noche en la Catedral, al mismo estilo de la Navidad. Era costumbre recibir el ano en la iglesia. Esta costumbre se mantuvo hasta los años sesenta, anos en los cuales la gente comenzó a recibir el ano en familia. El 1 de enero en la tarde había retreta en la Plaza Bolívar.

6 de enero
El 6 de enero madrugábamos para asistir a la última misa de aguinaldo. Es el Día de los Reyes Magos. En países como España, es el día que los niños reciben sus regalos. En San Carlos, cuando era pequena, los Reyes Magos me dejaban monedas en mis zapatos. Recibi desde una locha hasta cinco bolivares. Ese día nuevamente íbamos a Ziruma a comer arepitas dulces con anís y a patinar.
En la Casa Grande, el nacimiento se guardaba el 3 de febrero, pues el 2 de febrero celebrábamos el Día de la Candelaria, que significaba el fin de la Navidad. En casa vivía Candelaria Machado, gran amiga de mi tía Mercedes y aprovechábamos para festejarla. Era un alma noble y buena, trabajadora y atenta, sobre todo con mi mama Gracia. Luego supimos que en esa fecha también termina la Navidad en los estados andinos con la Paradura del Niño. En pocos días llegaría el Carnaval y luego la Semana Santa.

(1)El doctor Guillermo Barreto Méndez fue un distinguido medico cojedeño, egresado de la Universidad de Valencia, hoy Universidad de Carabobo, quien se distinguió por un ejercicio profesional con alto sentido ético. Siendo presidente del Estado, todos los días, antes de acudir al despacho del Palacio Azul, pasaba su consulta gratuita en la Cruz Roja de San Carlos, la cual estaba ubicada frente a la Plaza Bolívar, en la esquina de la calle Sucre con Silva. Numerosos sitios en Cojedes llevan su nombre.

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