miércoles, 3 de abril de 2013

LA MISION CHILENA EN COJEDES


María de Jesús Romero de Matute

¡Señor!  Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe: que lleve el nombre de maestra que tú llevaste por la tierra. Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Gabriela Mistral

En el  año de 1936, durante la presidencia del general Eleazar López Contreras, llegó a San Carlos la Misión Chilena (1), cuyo jefe fue el profesor Oscar Vera, con el objetivo de capacitar a los maestros del estado Cojedes en las nuevas corrientes pedagógicas, con la llamada Escuela Nueva. Esa misión llegó a Venezuela por invitación del escritor Mariano Picón Salas (2 y 3), quien tenía un alto cargo en el Ministerio de Educación. Uno de los más importantes representantes de esa misión fue el profesor Humberto Parodi, quien vino varias veces a San Carlos y se quedo a vivir en Venezuela; recuerdo que mis hijos estudiaban física y matemática con sus problemarios. Mi tía Mercedes Marvez, quien para ese entonces tenía una escuelita de primeras letras que funcionaba en los corredores de la iglesia de San Juan,  aunque solo había estudiado hasta cuarto grado, fue seleccionada para hacer el curso, el cual duró todo el año escolar (1936-1937). Tía Mercedes se entusiasmo mucho con el curso pues pensaba que si se formaba mejor a los maestros, los niños tendrían mejor educación.
Las clases se dictaban en la Escuela Granja Aníbal Dominicci, en el llamado Campo de Aviación, en las afueras de San Carlos. A ese curso asistieron, con carácter obligatorio, todos los maestros del estado.  Los maestros no tenían residencia; maestros y maestras se alojaron en casas de familia amigas.
Mi tía Mercedes me pidió que la acompañara, pues la escuela quedaba distante de la Casa Grande. Como era un poco lenta escribiendo, también me pidió que le tomara los apuntes, lo cual realicé con mucho gusto, pues ese año no pude estudiar el quinto grado debido a que no me dejaban ir a la nueva escuela mixta del Campo de Aviación, pues según Santiago, el esposo de mi madrina Juanita, las niñas no debían mezclarse con los hombres. Y era una gran oportunidad para aprender cosas nuevas, lo que a mis trece anos me parecía maravilloso. Las clases eran de ocho a doce y de dos a cinco, en el patio, debajo de los árboles. Todos los días íbamos a pie dos veces al día desde la Casa Grande en la calle Amargura número 3 (hoy calle Libertad) hasta la Escuela Granja Anibal Dominicci en el Campo de Aviación.
En esas clases se hablaba de  métodos tradicionales y nuevos métodos para dar clase. Lo que se llamaba pedagogía activa. Yo oía aquello de que “la letra con sangre entra”, es verdad, aunque no lo viví, y  había escuchado acerca de los castigos corporales, de las planas interminables, de los regaños, de la regleta; pero debo confesar que las maestras que había conocido hasta entonces nunca hicieron eso, eran unas damas de suave carácter, aunque si era necesario nos reprendían con firmeza; y estos maestros hablaban sobre el respeto a los niños y niñas, como dicen ahora, que debíamos estudiar todos juntos, hembras y varones, aunque ya la escuela mixta había comenzado en San Carlos, que la escuela debía formar en el espíritu democrático, en la solidaridad y que los niños y niñas debíamos ser tomados en cuenta,  que la escuela era todo, no sólo el aula de clase y que debía formar para la libertad. Recordaba cómo las señoritas Isabel Cisneros y Blanca Meza nos habían enseñado a sembrar planticas de maíz para adornar los nacimientos, a sembrarlas con una estaca, a bordar, a pegar un botón, a hacer un ojal y, sobre todo en la casa de la señorita Cisneros, veíamos a sus hermanas trabajar haciendo tortas, dulces, vendiendo y nosotras divirtiéndonos en el patio; doña Socorro, la mamá de la señorita Meza era una mujer hacendosa, de vez en cuando nos hacía un dulce o un carato de guanábana. Y en la Casa Grande todas las mujeres que allí vivían muchas cosas me enseñaron; José Manuel, un hijo de mi papá José Antonio me enseñó las cuatro reglas de aritmética: sumar, restar, multiplicar y dividir. Pensé que mis maestras, su familia y los miembros de mi familia afectiva se parecían mucho a lo que los maestros chilenos querían: cualquier lugar era bueno para aprender, lo que ahora llaman la escuela para la vida.
Los maestros chilenos vivían en la escuela granja, y poco se relacionaron socialmente en el pueblo; casi ni salían. Todos eran hombres y vestían igual: pantalón y camisa de color beige y sombrero.
Para el acto de fin de curso, el profesor Guillermo Fuentes, director de la Escuela de Varones Carlos Vilorio, como sabía que me gustaba la actuación, seleccionó una poesía de Gabriela Mistral (4), “La maestra rural” (5), para que yo la declamara. Sólo recuerdo estos versos:
La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía,
«de este predio, que es predio de Jesús,
han de conservar puros los ojos y las manos,
guardar claros sus óleos, para dar clara luz».
La Maestra era pobre. Su reino no es humano.
(Así en el doloroso sembrador de Israel.)
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!
La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.
Por sobre la sandalia rota y enrojecida,
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.

Buscamos en la Internet y mi hija Hedilia la localiza y me la lee; me emociono. La colocamos al final para que la disfruten.
Con la despedida de la Misión Chilena, presentí que una nueva etapa comenzaba para la educación en San Carlos, en el estado Cojedes y en Venezuela. Mi tía Mercedes fue nombrada maestra en la escuela de Apartaderos viviendo dos años fuera de San Carlos, aunque venía con cierta frecuencia. Los maestros de la Mision Chilena recomendaron al gobierno del estado darme una beca para que yo pudiera estudiar en la Escuela Rural El Macaro. Pero nuevamente en casa de mi familia afectiva no me dieron permiso por el mismo motivo: las ninas y varones deben estudiar separados; no es conveniente que Maria de Jesus se vaya a El Macaro. Entonces conseguí mi primer trabajo en la Estación de Malariología. El primer maestro sancarleno egresado de la Escuela Rural El Macaro fue mi amigo Telmo Parra, que si pudo estudiar alla. A mis trece años, no sospechaba que los conocimientos adquiridos con la Misión Chilena me iban a ser tan útiles en un futuro cercano cuando trabajara como maestra y luego como directora de la Escuela de Labores Femeninas, aunque no me dieran el diploma.
     (1) En el principio fue la primera misión chilena de educadores que invitó Mariano Picón Salas a la Caracas convulsionada de 1936. Después de cuatro meses de estudios y de trabajo intensos, ella hizo posible que se crease el Instituto Pedagógico Nacional el 30 de septiembre del mismo 1936, hace ahora 65 años. El decreto lo firma el general Eleazar López Contreras, presidente de la República. El ministro de Educación era el doctor Alberto Smith y el director de Educación Secundaria, el profesor Augusto Mijares. Esa primera misión chilena la presidía el profesor Oscar Vera.
GÓMEZ GRILLO, Elio (2002). El Padre Pedagógico: 65 años. Educere, abril-junio, año/volumen 6, número 017. Universidad de los Andes. Mérida. Venezuela. Pp. 91-92. En: http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/356/35601716.pdf
(2)
Últimas Noticias Domingo 30 de Junio de 2002

MEMORIAS DEL SIGLO XX
1936: El Pedagógico, un conflicto

Ramón J. Velásquez

PICÓN SALAS Se le confió la organización del instituto.
CADENA CAPRILES

Como una de las más importantes iniciativas del Presidente López Contreras, en 1936, en materia de política educativa se considera la creación del Instituto Pedagógico Nacional. El proyecto de este Instituto lo presentó al Consejo de Ministros, Caracciolo Parra Pérez, uno de los redactores del programa de febrero y quien fue el segundo Ministro de Instrucción Pública en el gobierno de López Contreras propuso el cambio de nombre del despacho por el Ministerio de Educación.
Se confió a Mariano Picón Salas, superintendente de Educación, la organización del nuevo Instituto. Picón Salas regresaba de Chile en donde había permanecido durante diez años y había participado de manera destacada en el mundo universitario y literario del país austral. Picón Salas presentó un estudio acerca de Institutos semejantes que funcionaban en Chile, Argentina, Francia y al destacar los avances de la educación en Chile, propuso la contratación de una misión fundadora del pedagógico, integrada por profesores de dicho país, iniciativa que fue aprobada.
En la proposición de Parra - Pérez Picón Salas sobre la creación de un Instituto de esta naturaleza destacan como hecho negativo, la circunstancia de no existir en Venezuela la Carrera del Profesorado y el hecho que el Ministerio de Educación continuara a mediados del siglo XX utilizando las mismas prácticas del siglo XIX, al confiar tarea tan importantes, a personas que carecían de formación pedagógica y que simplemente, en el mejor de los casos, iban a mal repetir las páginas de un texto.
Al mismo tiempo, reconocían el valioso trabajo realizado en la cátedra en diversas regiones del país por un grupo reducido de personas, que en su mayoría eran bachilleres y no habían podido viajar a Caracas a continuar estudios universitarios por carecer de recursos.
La primera Misión Pedagógica Chilena, llegó presidida por el profesor Manuel Mandujano e integrada por los profesores Humberto Parodi, Horacio Aravena, Oscar Vera, Daniel Navea, Armando Lira, Oscar Marín y otras figuras chilenas de probada competencia, en el manejo de diversas disciplinas pedagógicas. El anuncio de la presencia de un grupo numeroso de educadores chilenos y de la creación de un instituto destinado a formar el profesorado, fue rechazado de inmediato por los sectores católicos, pues veían un plan de penetración de las corrientes marxistas en la formación de las nuevas generaciones venezolanas.
Esta actitud de rechazo la encabezaron dos periódicos: "La Religión" y "La Esfera" de Caracas, que apoyaban la campaña de denuncia de las organizaciones de educadores católicos encabezados por los profesores Tomás V. González y Cavallieri Sanoja. En defensa de la iniciativa oficial tomaron posición "El Heraldo" y "Ahora" y la Federación de Maestros de Venezuela.

La polémica adquirió tonos de violencia y obligó al nuevo Ministro de Educación, Ingeniero Alberto Smith, a explicar las razones que justificaban las medidas tomadas por el gobierno, que ya estaban en ejecución.
"La Religión" en uno de sus editoriales decía que: "se está procurando introducir en las escuelas una tendencia atea, a través de la Federación de Maestros que pretende ir de pueblo en pueblo para conquistar maestros sumisos, que son los de la escuela laica e imponer el monopolio del Estado en la enseñanza que preconizan los chilenos, valiéndose de muy viejos argumentos".
Agregaba el diario católico: "los chilenos se llaman misión, ¿Cuál misión?". Humberto Cuenca, jurista y profesor universitario, respondía a los argumentos de quienes atacaban la Misión: "cuando se trabajaba para la fundación del Instituto Pedagógico, a cada momento esperábamos el zarpazo trágico que viniera a derrumbar otra esperanza para nuestra redención cultural, pero como no les fue dado pasmar el proyecto, ahora aparecen en todo el horror de su descaro, así sea en una caricatura que expone el panorama espiritual de quienes insultan desde la sombra".
"La Religión" replicaba el 19 de agosto de 1936: "no es pues doctrina de escuela nueva (la de misión chilena) como quieren hacerlo creer. Repetimos que este monopolio educativo del Estado solo se ha podido establecer en Rusia, México y en España, hasta donde les fue posible. Al reconocido político español Manuel Azaña, en forma tiránica que es como se impone siempre este principio, "El Heraldo" le replicaba: "dejemos trabajar a la Misión Pedagógica Chilena, dejemos que abra sus alforjas de buena voluntad y que nos muestra los que en ella trae".
La Misión chilena creyó de su obligación responder a la campaña y en una parte de su protesta declaraba: "no somos aficionados sino profesionales de la enseñanza, no rechazamos, ni tememos la crítica, al contrario la deseamos, pero exigimos que sea a base de elevados propósitos". Y agregaba: "el hecho que el gobierno venezolano nos haya llamado espontáneamente, nuestro viaje iniciado bajo excelentes auspicios y el conocimiento que tenemos de la tradicional cultura venezolana, nos daban derecho a pensar que jamás se iría usar por un grupo de personas, armas tan innobles en contra nuestra y de nuestro país".

Difíciles fueron los comienzos del Instituto Pedagógico Nacional que ya cuenta con sesenta y siete años de magnífica labor y cuya sucesiva promociones han sido un signo del indiscutible avance cultural venezolano.
La polémica que envolvió a la Misión Pedagógica Chilena a su llegada a Venezuela y las críticas a la creación de un Instituto para la formación profesores era otra expresión de la atmósfera de enfrentamiento y de la tensión creada por sectores de la educación y de la cultura venezolana, planteada con motivo de la presentación en el Senado, meses antes, de un Anteproyecto de Ley de Educación por el joven Senador Luis Beltrán Prieto Figueroa.


(3) MARIANO PICÓN SALAS, EDUCADOR HISTORIADOR LATINOAMERICANO

Luis Rubilar Solís




Sobre Educación y Cultura en Venezuela y América Latina
Generalmente, al tratar estos temas, a pesar de la intención autonomista, nuestro acervo teórico se nutre y discurre desde modos y esquemas foráneos, olvidando la presencia y vigencia de lo propio, especialmente de aquéllos quienes nos precedieron en la preocupación identitaria social e hicieron lo suyo en pro de sus ideales latinoamericanistas.
Esto es dramáticamente cierto en este tiempo de comienzo secular en que los dictámenes emanados del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional son los que pautan y orientan, con sus mercantiles criterios, las prácticas sociales, tanto culturales como comunicacionales en nuestros países. Y, por supuesto, las "reformas educativas, con vistas al siglo XXI", implantadas hegemónica y obsecuentemente por los gobiernos nacionales.
Incluso, para algunos tecnócratas y retransmisores de lo microscópico y funcional "pedagógico", y para otros arropados en la globalización o en el postmodernismo, resulta anacrónico, inconveniente, cuando no vergonzoso, aludir a los aportes de nuestros propios pensadores, educadores e historiadores, quienes han insistido en superar nuestra realidad educativa y cultural. Muchos conceptos importados, tales como multiculturalismo, estudios culturales, postcolonialismo, historia oral, biodiversidad, y tantos otros, han sido ya tratados con afincamiento en la propia realidad latinoamericana, desde el propio Bolívar; pero se prefiere "pensar, leer y soñar en inglés", a beber primero de las propias fuentes que han venido nutriendo nuestro imaginario colectivo.
Por nuestra parte, plantearnos como tarea prioritaria, en lo nacional y regional amerindiano, el rescate y revalorización de sus postulados para, desde ellos, actualizándolos, proseguir su sinérgica empresa macrosocial y proyectar el destino de sus mensajes, la mayoría de ellos con plena vigencia histórico-cultural. Como un caso paradigmático de lo antedicho, queremos destacar en esta presentación el nombre y la producción de un venezolano, educador por excelencia y fundador de fundaciones culturales, amén de su condición de escritor e historiador latinoamericano: Don Mariano Federico Picón Salas (1901- 1965).
EL PERSONAJE Y SU FORMACIÓN VENEZOLANO-CHILENA
Luego de completar los niveles primario y secundario en su Mérida natal, arropado por la centenaria Universidad de Los Andes, MPS viaja a Caracas para estudiar Derecho (UCV); pero motivos políticos y económicos determinan que deba emigrar de su país, y vivir un largo exilio (1923 - 1936) en Chile, donde "porque llegué tan joven, se acabó de formar el hombre (1962: 1.389). Trabajó en el Instituto Nacional (inspector) y en la Biblioteca Nacional (con la ayuda solidaria de don Eduardo Barrios), mientras paralelamente estudiaba Historia en el Instituto Pedagógico (1924/1928, U. de Chile, obteniendo con distinción el título de Profesor de Estado). Don Mariano se forja y ejerce como docente-investigador en la misma "escuela" de Historia a la que pertenecieran el maestro Luis Galdames y el destacado intelectual costarricense Carlos Monge Alfaro.
De su motivación por la carrera docente nos cuenta:
"La idea de estudiar Pedagogía en Historia acaso enrumbaba por un camino útil mi nostalgia de desposeído, o convertía mi insuficiencia en deseo de servir a los demás, no sólo a través de una obra literaria presuntuosa o narcisística, sino como modesta tarea del que se pone a dialogar con un gran grupo de muchachos y a comunicarles lo que aprendió... Era llegar más allá en el oficio de escritor, porque nada tiene tanta fuerza carismática como la palabra o el ejemplo directo... Tanto como escribir he amado mi profesión de maestro... Me dio una felicidad que nunca observé en tanto turbados poderosos que ignoraban qué hacer con su hastío... Aquella profesión parecía, además, un propósito para servir a mi tierra cuando pudiera regresar..." (1983: 576)
Esta confesión es importante para comprender los roles y producciones que en el campo educativo y cultural le cupo desempeñar y gestar a don Mariano. Aquí reivindica el vapuleado rol docente en nuestras sociedades, y no sólo se identifica como profesor gratificado y gratificante sino, además, deja clara su querencia por la patria venezolana, y su percepción de la andadura chilena como "errancia" (...)
De aquellos tiempos anarquistas, ligados a la fundación del Partido Socialista de Chile (Revista "Índice"), el de Salvador Allende y Ricardo Lagos, ha quedado un catastro mnémico que muchos chilenos han desplegado en homenajes y redibujado en escritos (desde ciudad de México hasta Concepción). El perfil más completo fue realizado por Guillermo Feliú Cruz, su maestro y biógrafo (1970). Pero, tal vez, en lo real y en lo semiótico, lo más significativo durante aquella etapa haya sido su contacto con Pablo Neruda: "En la Federación de Estudiantes y en el Instituto Pedagógico encontré muchachos de las más variadas patrias americanas y me llevaron a contarles la tragedia de Venezuela... y allí vi y oí por primera vez a un joven largo, de descoyuntados pasos y de voz melancólica, que se llamaba Pablo Neruda" (1962: 1392). Y el chileno rememoró y dejó inscrito el nombre del venezolano en su universo poético: "A Venezuela amé, pero no estaba/... llamé y llamé, no respondía nadie,/ no respondió la patria sumergida/... sin encontrarla me pasé los días / hasta que Picón Salas de Caracas/ llegó a explicarme lo que sucedía" (1960: 43).
El Retorno y sus Producciones
Cumplidos recién sus 35 años, recién reinserto en Caracas, Picón Salas es designado Superintendente de Educación y, bajo el Ministerio de don Rómulo Gallegos, solicita –siguiendo el cauce de Costa Rica, en 1935– y obtiene la contratación de una Misión Pedagógica chilena (la cual se renovaría en 1938) y, casi paralelamente, funda el Instituto Pedagógico Nacional (aprobado por Decreto de 30-IX-1936). A pesar de las acérrimas y ácidas críticas tildándolo de "chilenizante" o "socializante", el instituto echa a andar, y ahorita ya ha cumplido 64 años, en su tarea formadora de docentes, con más de 16.000 egresados de  todo el país.
Conflictos políticos lo aventarán nuevamente, esta vez hacia Europa, y luego nuevamente al cono Sur (Argentina y Chile), hasta que su amigo Caracciolo Parra León, entonces Ministro de Educación, lo convence para asumir la Dirección de Cultura y Bellas Artes, desde la cual funda y dirige la prestigiosa Revista Nacional de Cultura (1938). En ella escribe sus propios aportes, tanto en las sucesivas editoriales llamando a retomar la conciencia unitaria nacional y a acrecentar la Cultura, como sesudos y entusiastas artículos, plenos de "saber pedagógico".
Al compás de los altibajos antitéticos de la política, (des)viviendo su "nomadismo" a través de viajes y exilios, su patria lo nombra y lo honra, no sólo ostentó cargos y funciones públicas para su patria; fue, sin duda, uno de los escritores que mejor la expresó. Por ejemplo, así describe ese peculiar rasgo igualitario ("tuteo") que connota su carácter social: "Psicológicamente, al menos, el venezolano ha logrado –como pocos– una homogeneidad democrática" (1962: 206).
Entre los muchos juicios que se han predicado sobre don Mariano, recogemos como muestra sólo uno de ellos, el de Guillermo Sucre, encargado de la edición de sus obras en Editorial Biblioteca Ayacucho: "Ha sido el más grande fundador de empresas culturales realmente valiosas en Venezuela".
EL IDEARIO PEDAGÓGICO
Las vicisitudes de la "aventura venezolana" no sólo marcaron una sólida impronta "democratista" expresa en su obra literaria sino, muy fuertemente, en su pensamiento educativo. Si bien toda su producción y acciones fueron, de suyo, aleccionadoras, con intención comunicativa y axiológica (de aquí, el "ensayo"), con profundo amor venezolanista y compromiso latinoamericano, una buena parte de ellas se refirieron y centraron específicamente en el campo educacional. La Educación fue siempre para MPS el problema prioritario para nuestras naciones y, en particular, para su Venezuela.
Tras la "catalepsia histórica", durante las décadas de Gómez, "el gran caimán", entendió, como ninguno, que era necesario afianzar cuanti y cualitativamente la educación formal e informal y la cultura popular, deber para con un pueblo acreedor, no sólo para lograr la necesaria productividad económica sino, fundamentalmente, la aún más necesaria mentalidad democrática, tras tantos años de "cesarismo". Concebía la democracia como un "problema de cultura colectiva" (...)
Sus postulados respecto a la Educación recogen legados anteriores y se proyectan en una escala de práctica social: privilegian su sentido histórico-social y axiológico, o sea, político, y ya no meramente instruccional, tecnocrático o retórico (como plantea hoy Humberto Maturana, 1995); preconizan su necesario afincamiento como motivación psicosocial y acto intencional, tanto personal como grupal, y ya no repetición o adopción acrítica de esquemas externos (en sentido "freiriano", 1997); afirman su trascendencia humanista, en tanto forma hombres creativos e integrales, y no mecánicos consumidores en la inmanencia individualista y telemáquica (de acuerdo a lo planteado por Manuel Castells, 1998).
Hay mucho más en la producción de M.P.S., valioso y válido para afrontar los desafíos de la Educación actual en "Nuestra América" (José Martí, 1891), con diacrónica y dramática vigencia. Su preclaro y realista diagnóstico respecto a la América Latina, varias décadas mediante, continúa sin tratamiento ni pronóstico: "Sobre el contraste muy hispanoamericano de tremendas desigualdades de riqueza y miseria, de cultura e ignorancia, corre nuestro desnivel social (Suma de Venezuela , 1966: 78). Porque don Mariano Picón Salas, a la vez heredero, albacea y comunicador de lo nuestro, es tarea inconclusa y "ensayo inacabado" (J.M. Siso Martínez, 1971), debemos ir a su rescate para abonar las raíces propias y diferenciales sobre las cuales puedan construirse proyectos educativos nacionales y de la Región.
Más en profundidad, véase su aporte para la "comprensión" de Venezuela y del "misterio" de América, en su consagrada De la Conquista a la Independencia (1944), en la cual recurre al "hondón de la historia". Su concepción de la Historia recogiendo la categoría "totalidad" y el criterio "interdisciplinario", exigiendo "originalidad" y no mera copia de lo europeo (como predicaba y actuaba don Simón Rodríguez), y proponiendo la superación del "positivismo", significó un hito crítico para la historiografía venezolana; a la vez, también, un soporte para echar las bases para un proyecto educativo alternativo, social-humanista y popular, en el cual se inscribiera con la letra y con la acción de quien ejerce "esa primordial profesión de llamarse venezolano". Trascendiendo lo instruccional o tecnológico su discurso pedagógico apunta y urge al cumplimiento esencial de (re)construir las identidades nacionales y la regional, en función de valores democráticos y humanistas: "La idea ecuménica indoamericana, que ya para nosotros no es sueño de visionario, sino la única posibilidad de vivir".
Mariano Picón Salas, como otros connotados hombres-sillares de la mansión cultural latinoamericana nos lega un patrimonio de pertinencia y pertenencia acoplado a lo nuestro, no ajeno, legitimado por el idioma e historia comunes y, por tanto, resulta justo y necesario advocarlo(s) en el momento de repensar y planificar caminos innovadores, autónomos e integrados para la Educación y la cultura en esta América morena. Caminos que, asimilando críticamente lo exógeno, no lo extrapole imitativamente ni desvalorice lo propio y sus milenarias raíces.



Sobre Mariano Picón Salas, puedes consultar también el siguiente enlace:








(4) GABRIELA MISTRAL



A continuación, una biografía de Gabriela Mistral del Centro Virtual Cervantes:

Lucila Godoy Alcayaga, que más tarde adoptará el seudónimo de Gabriela Mistral, nace en Vicuña, pequeña población del valle de Elqui (Chile), el 6 de abril de 1889. Hija del maestro de escuela Juan Jerónimo Godoy y de la modista Petronila Alcayaga, su infancia transcurre entre las aldeas de La Unión y Montegrande, adonde se traslada su madre tras ser abandonada definitivamente por su esposo en 1892. Las canciones campesinas, el ambiente bucólico de una humilde casa rural situada en el valle de Elqui y las enseñanzas de su hermanastra Emelina Molina Alcayaga son las principales influencias durante esos tempranos años en los que descubre la naturaleza genésica con la que se identifica: montañas, ríos, frondosos árboles, frutas, pájaros y flores de colores fantásticos que rondarán su mundo poético.

Abandonada por el padre, esta mujer de naturaleza enfermiza pero recia voluntad supo encontrar desde muy temprano en la poesía la forma de trocar en canto su sufrimiento y su dolor. Tenía tan solo 11 años cuando la injusta acusación de haber robado el material didáctico que le habían encargado la hizo salir apedreada por sus compañeras de la escuela de niñas de Vicuña. De allí se retiró para ser educada por su hermanastra, quien supo orientar su formación pedagógica y alimentar con su ejemplo la vocación docente de Gabriela. La presencia de Emelina, 15 años mayor que ella, unida a la de su abuela Isabel Villanueva, quien le transmitió el conocimiento de la Biblia, serán las imágenes familiares más influyentes en la vida de la poeta y aparecerán más tarde unidas en un único e indisoluble recuerdo: «La Maestra era pura. ‘Los suaves hortelanos’, / decía, ‘de este predio, que es predio de Jesús / han de conservar puros los ojos y las manos, / guardar claros sus óleos, para dar clara luz’».
En este proceso de formación autodidacta resultará igualmente fundamental el contacto con el periodista Bernardo Ossandón, quien le permite acceder libremente a su magnífica biblioteca y conocer la poesía de Federico Mistral, los novelistas rusos y la prosa de Montaigne, y le brinda su orientación y su apoyo hasta el momento en que Gabriela publica en el periódico El Coquimbo sus primeros artículos y sus primeros versos, con el nombre de Lucila Godoy.
A los 16 años decide seguir la carrera de maestra, para lo que solicita su ingreso en la Escuela Normal de La Serena; pero es rechazada porque sus ideas, que habían aparecido reflejadas en algunos artículos periodísticos, son consideradas ateas y contraproducentes para la actividad de una maestra destinada a formar niños. Gabriela reclama entonces sus derechos y hace suya la voz de las mujeres de Chile al publicar en La voz de Elqui su artículo «La instrucción de la mujer», en el que exige que todas las mujeres tengan derecho a la educación, y con el cual consigue su nombramiento.
A partir de este momento emprende su tarea de maestra, que la lleva en pocos años del valle de Elqui a la región sureña de la Araucanía y de allí a las montañas que rodean la ciudad de Santiago en un viaje que le permite captar en toda su diversidad la naturaleza de su verde país e identificarse con la entrega y el servicio a los humildes a través de su vocación docente: «La Maestra era pobre. Su reino no es humano. / (Así en el doloroso sembrador de Israel.) / Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano / ¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!».
Son, sin embargo, las experiencias del amor y de la muerte las que van a marcar de forma más definitiva el alma de Gabriela; tenía tan solo 20 años cuando el suicidio de su novio, el joven ferroviario Romelio Ureta Carvajal, viene a dejarle una impronta de angustia y de dolor que aparecerá reflejada posteriormente en sus Sonetos de la muerte: «Te acostaré en la tierra soleada con una / dulcedumbre de madre para el hijo dormido, / y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna / al recibir tu cuerpo de niño dolorido».
Más tarde vendrán otros amores, como el vivido con el poeta romántico Manuel Magallanes Moure, que se encontraba entre el jurado que la premió en los Juegos Florales de Santiago en 1914, y a quien dirige una encendida correspondencia amorosa en la que expresa su soledad y su dolor. A partir del reconocimiento obtenido en este certamen comienza en la vida de Gabriela una etapa fecunda y creativa: publica algunos poemas en la revista Sucesos y entra en contacto con el poeta Rubén Darío, quien publica en la revista Elegancias de París su poema «El ángel guardián» y el cuento «La defensa de la belleza».
Empieza a publicar muchas de sus composiciones: «Los sonetos de la muerte» salen a la luz en la editorial Zig-zag, y en la revista de Educación Nacional aparecen los poemas «La maestra rural», «Plegaria por el nido» y «Redención»; además se la incluye en prestigiosas antologías como la de poetas chilenos, Selva lírica, preparada por Julio Molina Núñez y Juan Agustín Araya. Estas primeras incursiones en las letras van a verse avaladas más adelante por un crítico de la categoría del español Federico de Onís, quien dicta una serie de conferencias sobre su obra a profesores españoles y norteamericanos en la Universidad de Columbia y consigue que el Instituto de las Américas de New York publique en 1922 su primer libro, Desolación. Su verso desnudo, que se opone a la poesía aristocratizante del modernismo, se encuentra, como bien ha señalado Consuelo Triviño, impregnado de un panteísmo en el que la geografía americana llega a ocupar un lugar sagrado y por medio del cual la poeta, que no aspira a captar la belleza de las cosas sino la esencia misma de la vida, empieza a ser conocida en todo el continente.
El filósofo José Vasconcelos la invita a México a colaborar con la reforma educativa y desde ese momento inicia una existencia itinerante que la lleva a Estados Unidos y luego a Europa en un periplo en el que su vida de madre y amante frustrada encuentra en la labor docente y en la poesía la forma de exorcizar su dolor. Durante estos años de constante errancia dicta conferencias en diferentes universidades y se relaciona con algunos de los intelectuales más sobresalientes de su tiempo: Giovanni Papini, Henri Bergson, Paul Rivet y Miguel de Unamuno, entre otros. Ocupa cargos importantes en representación de su país en España, Portugal y Francia, y mientras recorre esos países cargados de tradición y de historia siente que las raíces que la ligan a su tierra crecen con la distancia como un árbol frondoso que se niega a desarraigarse fácilmente del lugar donde ha crecido:
En el campo de Mitla, un día
de cigarras, de sol, de marcha,
me doblé a un pozo y vino un indio
a sostenerme sobre el agua,
y mi cabeza, como un fruto,
estaba dentro de sus palmas.
Bebía yo lo que bebía,
que era su cara con mi cara,
y en un relámpago yo supe
carne de Mitla ser mi casta.
El encuentro con la vieja Europa sólo ha servido para azuzar su nostalgia y permitirle recuperar la imagen de América Latina en Tala y Lagar, dos libros que se nutren de sus paisajes y su esencia, y que sirven de antesala a su gran Poema de Chile, en el que trabaja intensamente durante los años postreros de su vida y que sólo aparece publicado de manera póstuma en 1967, una década después de su muerte.
La poesía de Gabriela Mistral es, como señala Óscar Galindo, «más de la tierra que del aire», y a ella le cabe un papel fundamental en esa amorosa relación entre las personas, la naturaleza y la cultura que desde Vallejo a Neruda han transitado como senda tantos de nuestros poetas.




(5) La maestra rural

Gabriela Mistral

 
La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía,
«de este predio, que es predio de Jesús,
han de conservar puros los ojos y las manos,
guardar claros sus óleos, para dar clara luz».
La Maestra era pobre. Su reino no es humano.
(Así en el doloroso sembrador de Israel.)
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.
Por sobre la sandalia rota y enrojecida,
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.

¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,
largamente abrevaba sus tigres el dolor!
Los hierros que le abrieron el pecho generoso
¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!

¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor
del lucero cautivo que en sus carnes ardía:
pasaste sin besar su corazón en flor!

Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste
su nombre a un comentario brutal o baladí?
Cien veces la miraste, ninguna vez la viste
¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!

Pasó por él su fina, su delicada esteva,
abriendo surcos donde alojar perfección.
La albada de virtudes de que lento se nieva
es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?

Daba sombra por una selva su encina hendida
el día en que la muerte la convidó a partir.
Pensando en que su madre la esperaba dormida,
a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.

Y en su Dios se ha dormido, como un cojín de luna;
almohada de sus sienes, una constelación;
canta el Padre para ella sus canciones de cuna
¡y la paz llueve largo sobre su corazón!
Como un henchido vaso, traía el alma hecha
para volcar aljófares sobre la humanidad;
y era su vida humana la dilatada brecha
que suele abrirse el Padre para echar claridad.

Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta
púrpura de rosales de violento llamear.
¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las
plantas del que huella sus huesos, al pasar!



A continuación, una pequeña parte del ideario pedagógico de Gabriela Mistral:
LA INSTRUCCIÓN EN LA MUJER
Es preciso que la mujer deje de ser mendiga de protección; y pueda vivir sin tener que sacrificar su felicidad con uno de esos repugnantes matrimonios modernos; o su virtud con la venta indigna de su honra… Yo pondría al alcance de la juventud toda la lectura de esos soles de la ciencia… Yo le mostraría el cielo del astrónomo… ¿Por qué asegurar que la mujer no necesita sino una instrucción elemental?
OBJETIVOS PEDAGÓGICOS Y DE ENSEÑANZA Y DEL EJERCICIO DE LA PROFESIÓN
Para las que enseñamos:
1.  Todo para la escuela; muy poco para nosotras mismas.
2.  Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en el salón de clase. Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra.
3.  Vivir las teorías hermosas. Vivir la bondad, la actividad y la honradez profesional.
4.  Amenizar la enseñanza con la hermosa palabra, con la anécdota oportuna,  y la relación de cada conocimiento con la vida…
  1. Si no realizamos la igualdad y la cultura dentro de la escuela, ¿dónde podrán exigirse estas cosas?
  2. La maestra que no lee tiene que ser mala maestra: ha rebajado su profesión al mecanismo de oficio, al no renovarse espiritualmente. Hay que merecer el empleo cada día…
12.          No bastan los aciertos ni actividad ocasionales.
MAZA, Ana María. Gabriela Mistral: A cien años como maestra rural… Revista de Educación. 76 años con los profesores. Ministerio de Educación. Santiago, Chile. En:

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