jueves, 16 de febrero de 2012

LUIS MANUEL MATUTE, MI AMADO ESPOSO

María de Jesús Romero de Matute

Mi esposo Luis Manuel Matute nació el 16 de febrero de 1912, hoy hacen cien años, a las doce y cinco minutos de la noche, un martes de carnaval, el mismo día y a la misma hora que mi madrina Juanita. Era hijo de María Felicita Matute y Eduvigis Lima Estraño, siendo el tercero de cinco hermanos: Julia Victoria (1908), Francisco Antonio (1910), Luis Manuel (1912), Laura María (1914) y Edilia Susana (1916). María Felícita, su madre, decía que cuando lo estaba pariendo paseaba por las calles un camión con músicos que despertaban al pueblo con su bulliciosa algarabía. Signo de que sería una persona muy extrovertida. Lo contrario de mi madrina Juanita, que era introvertida, callada, nunca olvido sus grandes y tristes ojos negros. Quizás por tantos momentos difíciles que vivió.
La infancia de Luis Manuel estuvo signada por las penurias económicas; María Felícita trabajaba como lavandera y Eduvigis era maestro en San Carlos
Luis Manuel quedo huérfano de padre a los nueve anos; por ello solo estudio hasta el cuarto grado. A esa edad asumió la responsabilidad de ayudar a su madre y hermanos realizando los trabajos mas diversos para ayudar a su mamá: mandadero, aprendiz de boticario, escribiente.
Uno de sus trabajos como mandadero lo desempeñó en casa del general Ángel María Garrido, quien se sublevo contra la dictadura del general Juan Vicente Gómez y estuvo muchos años preso en el Castillo de Puerto Cabello. Las increíbles anécdotas vividas en la casa del general Garrido fueron fuente de inspiración para que el insigne escritor sancarleño Héctor Pedreáñez Trejo (1935) escribiera la obra Las hazañas nunca vistas del general Synalas (1975). Héctor, gentilmente, y con la más grande generosidad, me autorizó a publicar en este blog tan hermosa obra y mi nieto Stephan la transcribió. Cada vez que la leo imagino a Luis Manuel niño, corriendo y haciendo travesuras por Tinaco, feliz a pesar de todos los sinsabores que pasó.
El señor Méndez, quien tenía una botica en Tinaco, lo empleo como aprendiz. Allí alcanzo amplios conocimientos en farmacia y aprendió a hacer píldoras y formulas medicinales. Estos conocimientos le permitieron emplearse en la Farmacia Normal de Valencia, siendo un adolescente, y luego en Caracas, donde presento un examen en el Ministerio de Sanidad que lo acreditaba como farmaceuta.
Desempeñó diversos cargos en la administración pública, comenzando como escribiente en el tribunal de San Carlos. Aprendió tanto que llego a desempeñarse como juez de corte, cuando, a fines de la década de los 30, no se necesitaba ser abogado para llegar a juez. Tenía grandes conocimientos del Derecho, lo que inspiro a que tres de sus hijos fuesen abogados.
Lo conocí en 1944, siendo secretario de educación, sanidad y estadística del estado Cojedes. En ese tiempo el general Isaías Medina Angarita era el presidente de la republica y el señor Luis Fraino Cordero presidente del estado Cojedes, equivalente hoy en día al gobernador. Mi tía Mercedes tenia un pequeño hotel, el hotel Esperanza, y se vendían almuerzos. La mayoría de las personas que iban a almorzar eran funcionarios del Palacio Azul, entre ellos Luis Manuel. Allí le conocí, aunque luego el me conto que se enamoro de mi en un baile de Tinaco, al cual yo asistí anos antes, pero no nos presentaron.
Fue un noviazgo corto. Nos conocimos en septiembre y el 23 de diciembre de 1944 nos casamos en la iglesia de la Inmaculada Concepción. El matrimonio civil lo celebro el doctor Jesús María Páez Chataing, quien era juez. El matrimonio religioso fue celebrado por el padre Miguel Palao Rico.
Como no tenia papa, me llevo al altar el señor Luis Fraino Cordero, amigo de Luis Manuel. En esos tiempos, aun habían pocos carros en San Carlos, la mayoría de las novias iban a pie a la iglesia. Así que fuimos a pie desde la Casa Grande a la iglesia, dos cuadras. Fue un matrimonio muy íntimo, pues no teníamos recursos para celebraciones, tan solo una copa de champaña. Tampoco hubo luna de miel.
En los años cincuenta, Luis Manuel ingreso al Ministerio de Justicia como inspector de tribunales, trabajo que le permitió, durante la dictadura, visitar las cárceles del país y se convirtió en enlace de la clandestinidad. Una vez, nuestra casa en la calle Alegría fue allanada. En esos momentos yo estaba con dolores de parto de mi hija más pequeña, Hedilia de la Cruz. Llego la Seguridad Nacional pues se tenía sospechas de unas cartas que habían llegado a la casa. En eso llego Luis Manuel y todo se aclaro pero pasamos un susto muy grande.
En 1951 enfermo su madre, Maria Felicita. La cuido hasta su ultimo dia. Comia muy poco, tan solo la torta melosa que le llevabamos todas las tardes y unas cucharadas de caldo. Murio ese mismo ano. Para Luis Manuel fue un duro golpe a su alma.
A fines de los cincuenta, por problemas con el entonces gobernador, tuvimos que mudarnos a Guanare, pues Luis Manuel fue declarado persona no grata al régimen. Allí trabajo en el Registro Principal, a una cuadra de la Plaza Bolívar. El 23 de enero nos sorprendió allí. Nunca olvidaremos las horas tan difíciles que vivimos: a media cuadra quedaba la policía y cárcel, donde estaban detenidos muchos presos políticos. Ese día, el pueblo salió a la calle, los libero a todos y quemo la cárcel.
Con la caída del régimen, volvimos a San Carlos. Allí trabajo en la Junta Electoral que organizaba las primeras elecciones de la democracia. Luego, se desempeño como Registrador Principal, hasta que fue jubilado. También fue fundador del Colegio Nacional de Periodistas en los años sesenta.
Luis Manuel trabajo durante muchos años, más de cuarenta, sin tomar vacaciones. En 1975 fue jubilado y condecorado por el entonces presidente Carlos Andrés Pérez con la Orden al Merito en el Trabajo en su primera clase, en el Palacio de Miraflores. No aviso a nadie y se fue solo a recibirla. Contaba que ese mismo día tuvo el honor de ser condecorado conjuntamente con el doctor Arturo Uslar Pietri.
Luis Manuel y yo tuvimos cuatro hijos: Luis Rafael, Hermann Gustavo, María Elizabeth y Hedilia de la Cruz. Cuando le conocí ya tenía cuatro hijos: Ana María, Luis Eduvigis, Rafael Asdrúbal y Dilia Josefina.
Lo recuerdo como un hombre profundamente enamorado, galante, y lo ame y respete profundamente, supremamente responsable de su trabajo y su familia, de carácter fuerte que, según dice mi hija Hedilia, era solo una coraza que protegía su alma sensible. Luis Manuel fue una persona generosa, solidaria, amante de la vida en democracia y preocupada por su país. Conoció toda Venezuela, y de cada región visitada siempre tenía una anécdota que contar. Pero para vivir no cambiaba San Carlos ni Tinaco por nada.
Luis Manuel era devoto de la Virgen de Coromoto, a quien todos los días encendía una velita en un pequeño altar que tenía en la habitación. Todos los anos, el 2 de febrero y el 8 de septiembre iba a Guanare a visitarla. Era un hombre moreno claro, no muy alto, de contextura fuerte, pelo y ojos castaños. Amaba la lectura y la buena comida. Como buen llanero, una ternera lo fascinaba, lo mismo que un pabellón, un hervido de gallina o un buen mondongo. A través de su amigo Italo Archeti conoció la cocina italiana: los espaguetis, los raviolis, el pasticho, el manicotte, así como también la cocina española, por nuestros queridos amigos vecinos de siempre Ignacio Herrero y Carmen y Teogenes Lorenzo y Nieves.
Le gustaban los boleros y los pasodobles, nuestra canción favorita es Nosotros, del compositor cubano, muerto a los veintitrés años, Pedro Buenaventura Junco Redondas. Al final de estos recuerdos la copio. Bailaba muy bien. En los años cuarenta, cincuenta y principios de los sesenta fuimos a muchos bailes en el Centro Social Cojedes y en el Club Tinaco, con orquestas como la Billos y Los Melódicos. Bailamos boleros cantados por Felipe Pirela y José Luis Rodríguez. Era ambidiestro, escribía con las dos manos; la gente decía que por eso era muy inteligente. En esos tiempos, los documentos se escribían a mano y el los redactaba con pluma fuente y sin enmiendas, ni tachaduras. Le fascinaban las adivinanzas; tenia un cuaderno lleno de ellas, pero cuando murio desaparecio. Le gustaban los trajes hechos a la medida. En Valencia, visitaba el taller del señor Alfonso Barela, en la calle Páez cruce con Constitución, edificio del Pabellón Rojo, y allí le confeccionaban sus trajes.
Se llevaba muy bien con mi madrina Juanita, quien prácticamente era su suegra. Se querían entrañablemente, como hermanos, y eran cómplices uno del otro, sobre todo mi madrina de él. Cuando mi madrina enfermo, a fines de los años cincuenta, y fue internada en Valencia, la visitaba todos los días y le llevaba el almuerzo, pues ella había perdido el apetito; así durante dos años. Ella nunca olvido ese hermoso gesto.
Tuvo muchos amigos: el compadre Andrés Herrera, el compadre Juan Rafael García, el compadre Luis “Chicho” Torres Rodriguez, el doctor Victorino Márquez Iragorri, el doctor Martin Torres, el doctor Martin Polanco, Ignacio “Nato” Herrero y Teogenes Lorenzo, de los más jóvenes, Luis Augusto Lima, el doctor Eneas Palacios, el profesor Héctor Pedreañez Trejo, el doctor Donato Pinto Pignataro, el doctor José Enrique López, el doctor Rafael Guerra Méndez, el compadre doctor Lorenzo Araujo, los doctores Blonval López, y los muchachos de entonces como Elis Mercado, Faver Páez, José Tadeo y Osvaldo Monagas y tantos otros que la memoria me falla. Con los jóvenes de entonces tuvo las mejores relaciones; a los muchachos de la época les gustaba oírle contar historias de Tinaco y San Carlos. Con mucho sacrificio construimos una casa en la calle Miranda, en la cual pase mis años más felices y también de preocupaciones.
Luis Manuel murió en Valencia el 5 de octubre de 1992, a los ochenta años y fue enterrado al lado de su mama, dona Felicita, en el cementerio de Tinaco. Hoy, a cien años de su nacimiento, elevo plegarias al Altísimo quien lo debe haber premiado teniéndole cerca, al lado de su Virgen de Coromoto, por tan ejemplar vida que llevo. Que su dulce alma descanse en paz.

Nosotros
Autor: Pedro Buenaventura Junco Redondas

Atiéndeme, quiero decirte algo
que quizás no esperes
doloroso tal vez.
Escúchame, aunque me duela el alma
yo necesito hablarte
y así lo haré.
Nosotros,
que fuimos tan sinceros,
que desde que nos vimos
amándonos estamos.
Nosotros,
que del amor hicimos
un sol maravilloso,
romance tan divino.
Nosotros,
que nos queremos tanto,
debemos separarnos
no me preguntes más...
No es falta de cariño
te quiero con el alma,
te juro que te adoro,
y en nombre de este amor
y por tu bien
te digo adiós.

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